Abdellah Bidoud: liderazgo diplomático y huella en la comunidad marroquí
BOUBEKRI MOHAMMED YASSER
En los últimos años, el nombre de Abdellah Bidoud ha destacado con fuerza en los círculos diplomáticos y comunitarios del sur de España. Su paso por la región de Barcelona dejó una marca difícil de olvidar entre la diáspora marroquí y entre numerosos responsables institucionales catalanes que encontraron en él un interlocutor serio, cercano y eficaz.
Bidoud no es un diplomático de escaparate. Su estilo se caracteriza por la discreción y la accesibilidad, acompañado de un profundo dominio de los mecanismos administrativos y consulares. Se trata de un hombre acostumbrado a resolver crisis y deshacer nudos donde otros solo ven bloqueo. Un cónsul de resultados, no de apariencias.
Durante su etapa en Cataluña elevó el estándar de trabajo consular a niveles que muchos consideran hoy referencia obligada. Su gestión se basó en la atención directa a los ciudadanos, la mediación constante con instituciones locales y la defensa firme, aunque siempre diplomática, de los intereses de Marruecos. La comunidad marroquí lo sabe bien: no es habitual que una figura consular logre, al mismo tiempo, reconocimiento interno y respeto externo.
Su reciente llegada a Andalucía ha sido vista con esperanza. No solo porque sucede a una administración marcada por conflictos internos y estancamiento, sino porque es reemplazado por una diplomática conocida por su rigor y firmeza, lo que hace prever una continuidad de alto nivel. La expectativa entre la comunidad marroquí en esta región es notable: se percibe un ambiente de oportunidad, de reorganización y de impulso nuevo.
Los testimonios recogidos en Palma de Mallorca, así como en distintos encuentros comunitarios, coinciden en subrayar el impacto de Bidoud en un punto crucial: rompió la plataforma de aquellos que intentaron instrumentalizar la presencia marroquí para fines políticos o ideológicos ajenos a la comunidad. Su intervención reorientó posturas y permitió restablecer puentes institucionales que habían sido debilitados con el tiempo.
Su defensa del papel de la juventud y su empeño en incorporarla a espacios de participación fueron también rasgos reconocibles de su paso por Barcelona. La movilización espontánea de numerosos ciudadanos que pidieron públicamente su permanencia es testimonio de ello.
Hoy, en Andalucía, le espera una comunidad igualmente activa y deseosa de reorganizarse alrededor de proyectos concretos, de participación cultural, educativa y social. La esperanza es que Bidoud pueda poner en marcha una etapa de cooperación más sólida, coordinada y eficaz.
Su experiencia, su enfoque pragmático y su autoridad moral lo convierten en una figura a la que muchos diplomáticos marroquíes deberían mirar, no para imitar, sino para aprender. Marruecos necesita representantes capaces de conjugar firmeza y elegancia, convicción y diálogo, estrategia y cercanía.
La comunidad lo sabe. Las instituciones también. Y Andalucía se prepara para comprobarlo.