YO TAMBIEN FUI EMIGRANTE
Remedios De los ángeles Climent Escritora y poeta.
Mi nombre musulmán es Mariam, lo adopté libremente cuando decidí mi camino espiritual, sin dejar a Isa de lado. Elegí este nombre que, en realidad es de su madre. Pero esta historia es casi actual y yo quiero retroceder medió siglo atrás…
Una vez fue niña, obediente y respetuosa con mis mayores, amaba la madre naturaleza y todo lo que bajo los árboles corría y crecía. Así de libre me críe, alrededor de mis abuelitos.
Comencé a acudir al colegio, creo que con siete añitos. Soñaba con ir a la escuela y aprender a leer y escribir. Siempre pedía que los regalos que me hicieran fuesen libretas y lápices de colores. Un libro era impensable porque costaba mucho dinero. Así que seguí soñando que ese día llegaría, tal vez cuando cumpliera quince años, como así fue. Cuando los cumplí, mi abuelita materna me envió Don Quijote de La Mancha, de cervantes, y la paterna mi primer libro de poesía de Antonio Machado (aún los conservo).
Tenía que hacer un largo recorrido desde la casa familiar hasta el colegio. Nosotros vivíamos en el campo del antiguo Condado del Fabraquer, al que yo siempre llamaba “Almendros en Flor”. Muchas veces, en época de lluvias, mucho más frecuentes que ahora, bajaban las ramblas de agua desde pueblos de montaña siguiendo el curso del río hasta alcanzar su desembocadura al mar.
Recuerdo que me sentía muy bien a pesar de las largas caminatas de ida y vuelta, pero el aprendizaje de cada día me hacía crecer. Recuerdo a mi maestra, doña Ángela con una varita señalándonos los ríos de España, en un gran mapa que colgaba de la pared. Ese no era mi fuerte, lo mío era el dibujo. Llegué a ganar una nota alta en dibujo; dibujé la charca de un rio con unos patitos. Era mi río, el que cruzaba todos los días para ir a clase. Lo hice con una técnica de tinta china, y con un colador salpicábamos los dibujos, me quedó genial. Nunca lo he olvidado. Pero mi felicidad se vio truncada cuando mi madre un día me dijo que teníamos que marchar a otro País, donde trabajaba desde hacía dos años mi padre.
Quedé llena de raras sensaciones; por una parte, nos íbamos a encontrar con mi padre, que le añoraba muchísimo, pero por otra dejaba todo lo que me estaba haciendo crecer: Mis abuelitos, mis primos, los campos en flor, por donde corríamos persiguiendo mariposas, o ranas por las acequias de riego. Tampoco vería los almendros floridos, ni en primavera las extensiones de trigo, invadidas por la flor de un día… roja amapola.
Desde el Aeropuerto de Manisses, en Valencia, embarcamos en un avión bimotor, que a nuestra madre le parecía una pequeña avioneta. Demasiado pequeño y con solo dos hélices. Me pasé el vuelo vomitando y llorando pues atrás dejaba demasiado. No conocía nada, más allá.
Llegamos al aeropuerto de Orán, en Argelia, y mi madre nos dijo a mis hermanitos y a mí, que estábamos pisando el Continente Africano. Y pensé, asustada, que aparecerían animales salvajes. Abracé a mis hermanos, pero ella nos tranquilizó diciéndonos que estábamos en el norte de África y los únicos animales que podríamos ver era camellos y burros, y los burros provenían de España, o sea que no eran desconocidos para nosotros.
Nada era igual, ni el aspecto de las personas, ni sus ropas y hablaban muy raro. Me sentía asustada. Solo la presencia de mi padre me tranquilizó. Mis hermanitos eran demasiado pequeños y para ellos era una novedad. Mi madre, aunque muy joven, se sentía arropada por estar la familia de nuevo unida.
Nos instalamos en un “cabanot”; una casita de madera que había dentro del recinto de la fábrica de frigoríficos de la marca Kelvinator, donde había un gran yate (un barco de recreo) en dique seco. Era del propietario y mi padre lo estaba calafateando para dejarlo como nuevo. O sea que mi padre era carpintero de ribera y se dedicaba a construir o arreglar barcos.
Bueno…vivimos humildemente, está claro. Mi padre fue en busca de un mundo mejor. Desde luego era diferente al nuestro, pero donde en aquel entonces los calafates de la zona del levante español eran requeridos para trabajar con mejores sueldos que por aquí. El propósito de mis padres era poder regresar con el dinero suficiente para comprarse una casa. Ahí estuvimos un tiempo y luego nos desplazamos a un pueblo de la costa llamado Beni-Saf – Sur Mer, al noroeste de Argelia, en el vilayato de Ain Temouchent. Mi padre fue contratado para la construcción de un pesquero Comencé a asistir al colegio y los primeros meses fueron horribles. Para los niños musulmanes yo era emigrante, una forastera blanca. Ellos estaban bastante hartos de la colonización francesa a los que llamaban ¡Pieds Noires”. Se metían conmigo porque además no hablaba ni una palabra en francés. Y mucho menos en árabe. Pensaba en lo mal que lo pasarían mis hermanitos, tan pequeños y fuera de mi alcance.
Recuerdo un día en que no sabiéndome la lección la profesora, francesa, me llamó al estrado y me colocó unas orejas de burro de cartón. Toda la clase eclosionó en un jolgorio. Me hizo recorrer la clase entre los pupitres de mis compañeras e, irremediablemente mis lágrimas escaparon por mis mejillas. Lo peor fue cuando salí al
patio y todas las niñas jaleaban ¡¡ Burrico d´Espagne!! Burrico d´Espagne!!!
Al poco tiempo mi padre coincidió en el puerto con un primo suyo, también carpintero, de Campello. Tenía allí a su mujer e hijo, por lo que ya hicimos piña, encontrándonos más seguros. Digo más seguros porque, aunque nosotros, los niños, no nos enterábamos mucho de lo que se rumoreaba; se estaba gestando una guerra fría. Esa clase de guerras puede llegar a ser peor que las que se debaten en los frentes, porque puede aparecer alguna revuelta en cualquier esquina. Así que se instauró el toque de queda. No se podía salir a la calle a partir de las seis de la tarde.
Tuvimos alguna agradable visita al vecino Marruecos, donde mi padre había trabajado, en Tánger y Casablanca, Melilla. Conocimos Tetuán, y nos alojamos en un Riad, que pertenecía a un armador de Calpe afincado allí. Dos meses fueron suficientes para conocer esa otra cultura que, aunque musulmana, era diferente a sus vecinos argelinos. Hicimos un par de excursiones a Tetuán, invitados a la circuncisión del hijo pequeño de un conocido de mi padre. Mi madre en ocasiones también se ponía pañuelo y enviaba fotos a la familia de España.
El olor de Marruecos es una algarabía de sabores y colores diferente a todos los lugares, la menta, canela, el agua de rosas que emplean en dulces, el azhar. Mi madre conoció ahí el agua que se elaboraba con la rosa damascea y se compraba frasquitos para el cutis. En ocasiones mis padres pensaron en afincarse en Tetuán porque estaba en la frontera con Ceuta, a unas brazas de España, decía. Pero le volvieron a ofrecer un buen contrato, esta vez en Arzew, un pueblo de la costa argelina, muy parecido a Alicante, al menos con una explanada de palmeras frente al mar.
Yo, estaba entregada, como siempre, al estudio. Me había propuesto aprender bien francés y desenvolverme con el árabe para hacerme amiga de las moritas. Mis padres tenían algunos amigos musulmanes, trabajadores también del puerto.
Nos invitaban a bodas y a comer cous cous, los viernes. Comencé a encontrarles gente normal, como nosotros y muy hospitalaria…solo que vestían y hablaban diferente.
Bueno todo era diferente, menos que se trataba seres humanos semejantes a nosotros. Eso lo tenía claro. Unos querían la independencia de su País, mandar ellos y no los franceses. Otros se habían europeizado y nos preferían allí. De todas formas los camellos y burros seguían circulando por los alrededores. Pero llegó un día en que comenzaron las revueltas muy duras y con armas. A mi hermanito pequeño lo raptaron los ”Felegas” ( guerrilleros) y nadie podía salir a la calle para buscarlo, ni la policía, porque había toque de queda. A la mañana temprano lo encontramos a la puerta de casa, sano y salvo. Lo habían cuidado bien, durmió como un bebé… nos enviaron una nota que decía que ellos
solo querían que se fueran los “Pieds Noires”. Un español que había ido a trabajar para darles un futuro a sus hijos, era uno más entre ellos. Eso decía la nota que mi hermanito llevaba en la mano.
Siempre fuimos bien tratados y tanto los vecinos argelinos como nosotros lamentamos mucho no poder vivir en paz y buena convivencia. La salida del puerto fue terrible salvándonos precisamente porque teníamos gente buena, como nosotros que, aunque llevaban jilaba y las mujeres pañuelos en la cabeza, por su cultura, eran gente humana. Les dejamos la casa donde vivíamos a una familia musulmana. El padre de familia era empleado de mi padre, la madre ayudaba en la casa a mi madre y Fátima, la hija era mi amiguita, así como el resto de hijos, amigos de mis hermanos.
Cuando regresamos, hacinados, igual que las Zodiac que llegan a nuestras costas a día de hoy, aunque estas con mayores peligros… en un gran barco que puso el gobierno de España para evacuarnos, al cabo de muchas millas, llegamos a unas coordinadas donde el barco hizo sonar su bocina. Mi padre entendió de qué se trataba y me dijo que lo acompañara a cubierta. Quería mostrarme algo. ¡Frente a proa, entre la bruma, apareció una torre, estábamos frente al faro del Cabo de Palos, estábamos en España!!
Al llegar a Alicante todo fueron lágrimas y alegría con nuestros familiares, que solo sabían de nosotros por alguna escasa noticia que daba la radio. La abuelita había fallecido por lo que nos alojamos en casa del abuelo que vivía solo y ya era muy mayor. No teníamos otra casa donde hacerlo, ni dinero. No teníamos NADA!… Tuvimos que huir con lo puesto y la documentación. Hasta que mi padre encontró de nuevo trabajo vivimos de lo que tenía el abuelo y los tíos que nos ayudaban como buenamente podían. Pero pasados los primeros días ya no había tanta alegría por nuestro regreso. Yo tenía dieciséis, casi diecisiete años… me pillo en el último curso de instituto. En francés, claro. Me defendía en inglés y árabe y seguía dibujando de maravilla.
Vinieron tiempos malos para nosotros y recordábamos el norte de África. Aquellos años de iniciar una nueva vida, en otro continente. A Menudo mi madre nos recordaba la frase de: “El lugar no es donde naces sino donde paces”. Pero ya no sabíamos muy bien a donde pertenecíamos, porque no nos hacían sentir bien. Esa sensación me ha perseguido siempre. Así nos hacían sentir los nuestros. Pero sobrevivimos que es lo importante. No pude, como deseaba entrar a la universidad, porque mi padre sufrió un terrible accidente que lo postró dos años en un hospital. Me puse a trabajar de intérprete y nunca, nunca dejé de estudiar. A día de hoy, ya con nietos, me he matriculado en un curso de Valenciano. Mi máxima en la vida es ser comprensiva, solidaria y tener claro, muy claro, que no hay razas en el Planeta. Y que desde que el mundo existe siempre ha habido emigraciones e inmigrantes. Podemos llevar pañuelo,
Jeans, jilaba o blusa hawaiana. Podemos tener la piel blanca, negra o tostada, según caliente el Sol en nuestro lugar de origen, la naturaleza es sabia. Pero la raza… la raza…es una, LA HUMANA.
(En el antiguo Testamento ya se hablaba que el Profeta Moisés les prometió a las tribus esclavizadas en Egipto, llevarles a la tierra de leche y miel, donde abundaba el maná: Agua, fruta y comida para todos. Vivir como todos merecemos. Un mundo mejor que es lo que todos buscamos para nuestros hijos).
Remedios Delosángeles Climent ( Mariam)