La ONU repite su vergüenza histórica: del Holocausto a Ruanda, de Srebrenica a Gaza

BOUBEKRI MOHAMMED YASSER
El discurso de Natasa Pirc Musar, presidenta de Eslovenia, en la Asamblea General de Naciones Unidas, dejó en evidencia lo que muchos piensan y pocos se atreven a decir: la ONU se está convirtiendo en un monumento a la impotencia y a la hipocresía internacional.
La mandataria no se limitó a denunciar la violencia, la desigualdad y la destrucción que sufren millones de personas en el mundo. Fue más allá y lanzó una acusación que retumba como una sentencia: los líderes globales son cómplices de los crímenes contra la humanidad y contra el propio planeta.
Su frase más dura, que atravesó el silencio del auditorio, no deja lugar a interpretaciones:
“No detuvimos el Holocausto, no detuvimos el genocidio en Ruanda, no detuvimos el genocidio en Srebrenica, debemos detener el genocidio en Gaza. No hay excusa, ya no hay excusa, ninguna excusa.”
Con estas palabras, Pirc Musar rompió el protocolo y puso sobre la mesa la pregunta incómoda: ¿de qué sirve Naciones Unidas si siempre llega tarde, si sus resoluciones se bloquean con vetos, si su voz se ignora cuando los poderosos deciden imponer la guerra por encima del derecho internacional?
La ONU nació para evitar nuevas atrocidades tras la Segunda Guerra Mundial, pero su historial es una cadena de omisiones y silencios. Gaza es hoy el espejo donde se reflejan todas esas vergüenzas: niños muertos, ciudades reducidas a escombros, un pueblo sitiado, y un organismo internacional reducido a discursos vacíos.
La valentía de la presidenta de Eslovenia no garantiza un cambio inmediato, pero sí desenmascara la farsa. Si la Asamblea General no logra reaccionar, su papel quedará reducido al de un espectador que aplaude mientras la historia se repite.
El grito de Pirc Musar debería retumbar más allá de la sala de Nueva York: la ONU ya no tiene derecho a excusas. O actúa, o queda enterrada en su propia irrelevancia.