Entre la amistad de los monarcas y la diplomacia discreta: lo que revela Mi rey caído sobre la relación entre Hassan II y el rey emérito Juan Carlos I
BOUBEKRI MOHAMMED YASSER
Las memorias Mi rey caído, publicadas recientemente por el rey emérito Juan Carlos I, ofrecen una mirada poco habitual a una relación política y personal que marcó décadas de diálogo entre España y Marruecos: la que mantuvo con el rey Hassan II. Aunque el libro se centra mayoritariamente en la trayectoria del monarca español, las páginas dedicadas al antiguo soberano marroquí iluminan un capítulo decisivo en la historia diplomática del Mediterráneo occidental.
El rey emérito describe su relación con Hassan II como “firme y sólida”, fruto de un entendimiento construido en medio de transiciones políticas delicadas y de una agenda bilateral cargada de desafíos. En las memorias se percibe que Hassan II no era, para Juan Carlos, únicamente un interlocutor institucional, sino también un líder con el que desarrolló una confianza personal poco frecuente entre jefes de Estado.
El libro subraya que las conversaciones entre ambos eran directas, fluidas y a menudo libres de formalidades. Según relata el rey emérito, muchas de sus reuniones se desarrollaban en francés y lejos del rígido protocolo, lo que permitía abordar asuntos sensibles sin tensiones añadidas. Este tipo de diálogo contribuyó a desactivar momentos que, en otras circunstancias, podrían haberse convertido en crisis abiertas.
Uno de los pasajes más reveladores se refiere a la cuestión de Ceuta y Melilla. Juan Carlos detalla que Hassan II abordaba el tema con una visión estratégica basada en la idea de que ciertas cuestiones de fondo solo pueden resolverse con el paso del tiempo y madurez histórica. Para el rey marroquí, era “la responsabilidad de las generaciones venideras” la que debía guiar cualquier evolución futura sobre estos territorios. Esta perspectiva, lejos de la confrontación inmediata, explicita el realismo político que caracterizaba al monarca alauí.
El rey emérito también rememora su primera visita oficial a Marruecos en 1979, a la que atribuye un papel fundamental en la creación de un canal estable de comunicación entre ambas coronas. Define aquel viaje como un momento fundacional en el que se asentaron las bases de una relación que trascendía coyunturas políticas. Asimismo, recuerda su último encuentro con Hassan II en 1999, pocas semanas antes de su fallecimiento, y lo describe como la despedida de un aliado y, sobre todo, de un amigo.
Resulta significativo que, en medio de unas memorias donde Juan Carlos I no esquiva ni errores ni controversias personales, mantenga un tono respetuoso y coherente al hablar de Hassan II. Lo presenta como un dirigente dotado de inteligencia estratégica, talento negociador y una notable capacidad para gestionar asuntos complejos sin alimentar tensiones innecesarias.
Sin embargo, la lectura de Mi rey caído adquiere un valor particular cuando se contrasta con el clima actual del debate público sobre Marruecos en España. No se trata —como se repite con frecuencia desde ciertos sectores— de una relación “en constante fricción”, sino de una relación que históricamente ha dependido más del diálogo entre instituciones que del ruido mediático. El libro del rey emérito es, de hecho, una prueba de que la cooperación y la confianza fueron durante décadas elementos esenciales entre las dos monarquías.
Hoy, frente al discurso irresponsable de determinados políticos de la derecha y la extrema derecha, amplificado por algunos medios de comunicación afines, resulta pertinente recuperar estas memorias. No para idealizar el pasado, sino para recordar que la realidad de las relaciones hispano-marroquíes es más compleja y profunda que los eslóganes simplistas. Las páginas dedicadas a Hassan II muestran que, cuando el respeto mutuo y la diplomacia discreta prevalecen, ambos países son capaces de encontrar estabilidad incluso en los momentos más delicados.
Así, Mi rey caído no solo documenta una etapa histórica, sino que ofrece una lección sobre cómo el entendimiento entre líderes puede neutralizar tensiones que hoy ciertos discursos buscan inflamar. En tiempos de polarización, esta mirada serena a la relación entre el rey emérito y Hassan II aporta una perspectiva necesaria para comprender lo que realmente une —y no lo que divide— a España y Marruecos.