“Ceniza y luz”, de Silvia Ramos
La escritora onubense afincada en Madrid tiempo ha, Silvia Ramos, ha publicado en la Editorial Polibea el pasado mayo, el poemario “Ceniza y luz“.
Por- paco huelva
A pesar de nuestra procedencia común, de haber nacido en la misma provincia, he venido a conocer a Silvia Ramos en la tertulia del Café Comercial, concretamente, el día de la presentación del poemario del que hablaremos: Ceniza y luz.
Principiando con una interesante introducción del poeta y escritor aragonés Miguel Ángel Yusta -que no tiene desperdicio alguno-, denominada Hacia la luz a través del poema, el lector estará en disposición de introducirse en los tres apartados que componen el texto: Ceniza, Pasaje y Luz.
Hay un rastro de lecturas imprescindibles en la arquitectura de este poemario, que Silvia Ramos ha sabido conjugar para extraer la esencia que lo sostiene y que viene a compartir con el lector. Desde Idea Vilariño, a Neruda, Alicia Cid, Shelley, César Calvo, Jesús Aguado, Pessoa, Juan Ramón Jiménez, Gian Pierre Codarlupo, Ángel González o Pedro Salinas.
Dice la poeta cuando es Ceniza: “Gracias, Padre, / por el cielo blanco. / Amanece y quiero estar en penumbra. / Hoy el sol no me complace, / quiero permanecer oscura. / Hoy quema dentro, los brillos asfixian, / traigo sueños apagados // de las noches últimas.”
El dolor, la ausencia, la cruda realidad cuando se muestra entera, itinerante incluso, con vaivenes de badajo que resuenan en las vísceras, sistólica o diastólica, poco importa, enredadora siempre, rompedora de la calma, del sosiego: “Cruje el mundo y se revela el hombre. / Del cristal del ojo // brota la cascada. / En la caverna queda alimento no digerido, / un hueco de forma y fondo. / Vino el hambre y los frutos están podridos. / Así es como sucede y poco puede hacerse.”
Los versos de Silvia Ramos contenidos en Ceniza y luz, a veces son incisivos y lacerantes como estiletes que rajan la conciencia si es que se posee la tal cosa, que ponen al descubierto las asaduras que nos conforman, que rompen las costuras del tejido que nos esconde de la otredad, esa careta-armadura-sonrisa con la que salimos a enfrentar la vida cada día y que esgrimimos para no mostrar nuestra fragilidad o nuestra inocencia o nuestra candidez o nuestro desconocimiento…: “Miras dentro y ves esqueleto. / No están los pechos ni el corazón. / Tampoco encuentras la garganta / y piensas: / ¿qué más hace falta / para ser estatua de un héroe? / Sigo mirando. / El abdomen está oscuro; / no hay rostro, dientes, mandíbula; / las moscas entran en bocanada. / Calla y cierra los ojos / -los de la cara y los de la mente-, / no mires en donde no te llaman. / Luego viene el rictus triste // y un peso indescifrable. / Ciérrate hueca y disimula.”
Silvia Ramos profundiza, excava, remueve lo recóndito, lo escondido, lo oculto, hace saltar por los aires la materia que compone la extrañeza, la añoranza o los desvelos que nos atosigan hasta dejarnos fuera del mundo, de lo comprensible, de lo necesario, y busca con sus poemas aplacar lo que grita, lo que clama, poniéndolo negro sobre blanco, nombrándolo: “Todo está parado. / El tiempo avanza con sello de anticuario. / Los objetos son testigos / de sombras que deambulan por la casa. / Libros apilados, / vestigios de otra época. / La rueda de la fortuna observa, / le pregunto y despreocupada gira. / Hay un color distinto en el aire / y un olor a noche antes de la partida.”