26 de abril de 2024

HorraPress

El centro Europeo de la prensa libre

Pensar la ciudad en un mundo en cambio. Por un Tánger: ciudad Intercultural[1], una apuesta de futuro.

14 minutos de lectura

POR MUSTAFÁ AKALAY NASSER, profesor–investigador en la universidad privada de Fez.

1/ La ciudad en el pensamiento de Ibn Jaldoun.

Las ciudades fueron siempre lugares donde vivían juntas personas extrañas. Eso es, en el fondo, lo que define a la ciudad como el lugar donde los extraños conviven permanentemente manteniendo sus diferencias y sin dejar de ser extraños unos para otros nos revela Zigmunt Bauman.

El filósofo historiador y precursor  de la sociología urbana Ibn Jaldoun,[2] en sus prolegómenos “Al Muqqadima” define a la ciudad  como flujo de intercambios, como modos de vida, como elementos culturales y ecológicos, en definitiva, como ente sociológico que comprende lo colectivo y lo individual, y que vive a espaldas y en oposición al campo.


[1]El concepto de Ciudad Intercultural, adoptado en 2008 por el Consejo de Europa y la Comisión Europea con la puesta en marcha de una iniciativa piloto para ayudar a 11 ciudades europeas a trabajar con la diversidad como factor de desarrollo. En los 10 años transcurridos desde entonces, másde 120 gobiernos locales europeos y de otros lugares del mundo han encontrado en el Programa de Ciudades Interculturales (ICC) los instrumentos necesarios para gestionar la diversidad cultural como un recurso de dinamismo y desarrollo social y económico, mediante el estímulo de la creatividad y la innovación.

[2]En palabras del filósofo José Ortega y Gasset: “Ibn Jaldoun Una mente clara y pulidora de ideas como la de un griego, va a introducirnos en el orbe histórico, donde nuestro espíritu no logra hacer pie.” Como se expresa Ibn Jaldoun en su “Ta a´rif” (presentación), su biografía de hombre público, escrita de su puño y letra, soy sevillano por varias generaciones. Mi vida transcurrió en pleno siglo XIV entre el Magreb, Al –Ándalus y Próximo Oriente. A, Toynbee nos recuerda que: “Ibn Jaldoun consiguió y formuló una filosofía de la historia que es, sin duda, el trabajo más grande que jamás haya sido creado por una inteligencia, en ningún tiempo y lugar”. Véase José Miguel Puerta Vílchez: Historia del pensamiento estético árabe, ediciones  Akal,1997, PP 407-453.     

Su teoría del urbanismo o Al Omrane radica en el juego de dos fuerzas en la sociedad árabe, opuestas y complementarias: Al-Omrane Al badaoui “El beduinismo” y Al-Omran Al hadari” el “Hadarismo”, en otros términos, la civilización rural (badawa) y civilización urbana (hadara).

Según Ibn Jaldoun, una nación puede experimentar históricamente estados sucesivos de civilización rural y urbana, y que la ciudad es un mecanismo que revive de manera constante su propio pasado de modo prácticamente sincrónico, las civilizaciones se asientan en una cimentación de ruinas, la actual cubre a las anteriores, las niega o las rechaza, las interpreta o las explica a los avances de algunas en el ámbito del pensamiento, arte de gobernar, letras, y artes. Las civilizaciones están cíclicamente en lucha casi continua, a los periodos de tregua suceden otros de enfrentamiento y conquistas. La civilización victoriosa se impone a la vencida, la aniquila, la somete o la digiere, buscar en el pasado nos revela una superposición de estratos, la historia es una estratigrafía, los anales de nuestras urbes mediterráneas confirman la observación del adelantado urbanista Ibn Jaldoun.

La ciudad ha cambiado a lo largo del tiempo, desde la ciudad antigua, a la ciudad como población amurallada de la edad media, a la ciudad globalizada, tan desarrollada y variada que se escapa a la escala humana y que se ha extendido, como modelo dominante a todo el planeta. se convirtió en una ciudad dispersa e improvisada que se esforzaba por responder a lo más urgente y elaborar un urbanismo sin arquitectura, limitándose simplemente a la instalación de unas infraestructuras mínimas que permitiesen, en un futuro impreciso, la incorporación de una sociedad urbana de transición, pero en un momento de ciudadanía en apuros, es una fuente de crisis urbana donde el malestar y desarraigo, la brutalidad de las diferencias, la violencia de los antagonismos, la crueldad de las desigualdades y la amplificación de toda clase de disparidades son el pan de cada día.

2/Una expansión “caníbal” de lo urbano.

Un elemento esencial que distinguimos en la ciudad de hoy es la sobrepoblación, la fuerza centrípeta que mueve al crecimiento humano continuo, a la inmigración constante. En 1500, éramos sólo 5oo millones de personas en total. Al inicio del 1900, éramos 1600 millones; hoy somos 6000 millones. En un siglo la población se ha duplicado y luego se ha vuelto a duplicar. La población mundial crece al ritmo de 84 millones por año, en el 2050 seremos cerca de diez mil millones de personas. Dos tercios de la población mundial pronto vivirán en las ciudades.

La imagen y estructura de la ciudad responde a su tiempo, a su emplazamiento y a la historia humana y climatológica de éste. Y a través de la imagen de la ciudad obtenemos las pautas socioeconómicas de las civilizaciones. Sujetas a los nuevos paradigmas  de la globalización, las grandes ciudades de hoy siguen modelos desarrollados en Norteamérica, los cuales van imponiendo su patrón de crecimiento gracias a la homogeneización económica y las tecnologías de la comunicación.[3]

Se trata según Mike Davis, de una expansión “caníbal” de lo urbano, de la destrucción de su entorno natural y el abuso de sus recursos, de la pérdida de las fronteras entre la ciudad y lo que no lo es , de la confusión cada día mayor entre esfera pública y dominio privado, de la estandarización de las normas y actitudes, de la homogeneización de las redes de información y los valores culturales ,de la creación de un híper-espacio de ciudades invisibles y mundos virtuales…, todo lo cual parece ser la consecuencia directa de una supuesta ordenación espacial racional en permanente y constante ampliación.[4]

En estas circunstancias, para Edward W. Soja, la normalización arquitectónica y la unicidad cultural parecen ir desbordando todas las predicciones y expectativas en la capacidad de ir creando esa extensa red de ciudades globales e interconectadas altamente tecnificadas al servicio de los sectores económicos y sociales más poderosos. Unas ciudades poco a poco más vigiladas (al poner el acento en la seguridad y la exclusión del otro) y más simuladas (al tratar de estructurar normativamente la memoria, el imaginario y la conciencia urbana). Los enormes espacios urbanos que configuran las ciudades actuales están repletos de lugares y áreas, experiencias y grupos sociales (marginados o marginales, efímeros o poco conocidos), que se van multiplicando en barrios y zonas cada día más amplios. Las   urbes, son los lugares donde mejor se ve representada la fragmentación social y el desorden ciudadano, donde más claramente se evidencian los conflictos a favor o en contra de la diferencia y la pluralidad.[5]


[3]Mike Davis: ciudad de cuarzo. Excavando el futuro de los ángeles, lengua de trapo, Madrid 2003.

[4]Ibídem Mike Davis.

[5]José Miguel Cortés, “Malas calles”, catálogo IVAM, Valencia 2010.

3/El derecho a la ciudad.[6]

El geógrafo-urbanista Jordi Borja nos recuerda:

Que hacer ciudad es, ante todo, reconocer el derecho a la ciudad para todos. Reivindicar el valor ciudad es optar por un urbanismo de integración y de no exclusión, que optimice las libertades urbanas. Así pues, la concepción de los proyectos urbanos no debería ser nunca funcionalista en un sentido estricto, ni perseguir objetivos a corto plazo, sino que debe plantearse siempre como un compromiso entre finalidades diversas: el funcionamiento urbano, la promoción económica , la mejora ambiental, la integración cultural,etc…Las administraciones públicas y, en especial, el gobierno local no pueden renunciar a desempeñar un papel de mero regulador e impulsor de la transformación y de la cohesión de los tejidos urbanos; su función no es la de imponer sin un debate previo su imperio, ni seguir cerrilmente las dinámicas del mercado. Ni tampoco conformarse con no decidir, escuchando a unos y a otros sin tomar partido por ninguna de las partes. El gobierno local debe contar con un proyecto político e intelectual para la ciudad.”[7]

4/Por un Tánger: ciudad Intercultural, una apuesta de futuro.

Tánger es oriente y también occidente, como todas las ciudades mediterráneas, heredera de numerosas civilizaciones, se alimenta cada día de los frutos culturales de África, de Europa, de Asia y de América. Todo ha sido abundantemente mezclado, Todo removido o agitado, bien mestizado en la alborotada coctelera de nuestro inquieto tiempo. Tánger es un buen lugar, privilegiado, una atalaya física, pero también moral para contemplar usos, costumbres e interpretaciones de uno y otro lado del mediterráneo. La intensidad y la permanencia de los cambios impresionan en primer lugar si se contextualiza el Mediterráneo.


[6]El derecho a la ciudad, definido por Henri Lefebvre en 1967 como el derecho de los habitantes urbanos a construir, decidir y crear la ciudad. En una referencia directa a los textos de Guy Debord, Lefebvre propone recuperar la capacidad creadora de la población para concebir la ciudad como una obra de arte colectiva. Una manera de habitar guiada por la creatividad y el sentido lúdico.

[7]Jordi Borja, “La ciudad como pedagogía”, Cuadernos de pedagogía, Nº 278, marzo 1999, p 41.

Desde Roma y Cartago, este mar ha sido en cualquier tiempo un lugar de intercambios de hombres, de mestizajes, de productos y también de ideas entre las ciudades y los países que lo rodean. Fue, también, un lugar de conflictos y de enfrentamientos, antes un crisol de culturas hoy cementerio de los harragas o espaldas mojadas.

El autor Choukri en un texto publicado en cuadernos del Instituto del Mediterráneo (IEMed) “el mediterráneo, un espacio de migraciones y exilios”, expuso que la emigración ya no se considera un enriquecimiento para la persona, sino más bien un preludio de la muerte, en lo que sigue: “todavía hoy el mediterráneo es un espacio de exilio, de migración. El hambre no es tan violenta como en el pasado, pero ha dejado paso a sus secuelas: el marasmo económico, la elevada tasa de paro, los desastres ecológicos, la guerra étnica, todos los vectores del mismo efecto inhumano y fuente de desestabilización. Estos factores están en el origen del desplazamiento masivo y con frecuencia incontrolado de hombres en una geografía perturbada por la historia antigua y moderna, por las ideologías y los sistemas económicos. Así, se vuelve difícil hablar actualmente del porvenir del mediterráneo sin vernos enfrentados a esta siniestra realidad. El escenario actual es sombrío, casi apocalíptico. Todavía hoy, me veo obligado, moral y humanamente, a denunciar el fenómeno de “las espaldas mojadas” y el fenómeno de “las barcas de la muerte o pateras”.

Tánger frontera marítima donde se condensan infinidad de procesos socioculturales y a su vez, concepto históricamente forjado, necesario para entender los procesos de globalización, la mezcla de etnias, religiones y culturas ha dejado una huella mestiza que es ahora su única seña de identidad.

La estrategia de ciudad intercultural se configura como un entramado de conceptos, acciones, instrumentos y políticas que pretenden servir de guía para la construcción de modelos de gestión pública interculturales. Es decir, no se entiende la interculturalidad como una política, sino como un modo de hacer política. No se trata de articular instrumentos que sirvan a los funcionarios o técnicos de un departamento específico, normalmente vinculado a servicios sociales, sino de imprimir una visión y un compromiso a todos los responsables de los servicios públicos, pero también a los actores sociales económicos y culturales que conforman la vida de una ciudad.  

En este modelo de ciudad intercultural, la ciudadanía forma parte imprescindible de un proceso que considera la diversidad un bien que, además, es un valor a favor de la cohesión social. Garantizar la cohesión social supone asumir de la existencia de diferencias, pero también el compromiso que las mismas no degeneraran en desigualdades. De hecho, las diferencias deben entenderse como elemento enriquecedor que permite a la ciudad adaptarse, reformularse y seguir creciendo. Se asume, la importancia de la diversidad para construir sociedades cohesionadas, garantizando que el respeto a las expresiones culturales conviva con el objetivo de construir una única sociedad, con múltiples voces, pero con un único marco regulador. Sobre la base de la igualdad de derechos, deberes y oportunidades, la ciudad intercultural no solo permite sino estimula la existencia de expresiones diversas, porque todas participan del objetivo común de construir un solo espacio de convivencia.[8]

“La ciudad es la concentración física de personas y edificios, diversidad de usos y de grupos, densidad de relaciones sociales. Es el lugar del civismo, donde se dan procesos de cohesión social y se perciben los de la exclusión, de pautas culturales que regulan relativamente los comportamientos colectivos, de identidad que se expresa material y simbólicamente en el espacio público y en la vida ciudadana. Y es donde los ciudadanos se realizan en tanto que tales mediante la participación en los asuntos públicos, la ciudad es históricamente lugar de la política, de ejercicio del poder, es anterior al estado y probablemente está destinada a durar más que los estados en sus formas actuales. Sin instituciones fuertes y representativas no hay ciudadanía. El estatus de ciudadano, los derechos y deberes que lo componen, reclaman instituciones y políticas públicas para garantizar su ejercicio o su cumplimiento. La igualdad requiere una acción pública permanente; las libertades urbanas soportan mal las exclusiones, que generan las desigualdades legales, económicas, sociales étnicas o culturales. La ciudadanía va estrechamente vinculada a la democracia representativa y participativa para poder realizar sus promesas. A menos democracia, más desigualdad.”[9]


[8]Ricard Zapata Barrero y Gemma Pinyol Jimenez: Manual para el diseño de políticas interculturales,Gritim,universitat Pompeu Fabra, Barcelona 2013.

[9]Borja Jordi: la ciudad conquistada, alianza editorial, 2003.pág 283.

El desafío por una identidad colectiva ciudadana, cementa la urdimbre democrática de las sociedades y representa el mejor instrumento de integración. Pero no es tarea de un día, es trabajo que debe llevarse a cabo con más prisa que pausa incorporando a todos los tangerinos, a los centros de decisión política y cultural, a la sociedad civil. Casi todos los conflictos locales o internacionales provienen del desconocimiento. La gran familia humana, que acaba de alcanzar la abrumadora, alucinante, cifra de siete mil millones de personas, es dramáticamente cada vez más numerosa, más multilingüe, más multirracial.

Si Tánger quiere, como parece estar especialmente dotada para ello, representar un papel de bisagra cultural, de punto de contacto entre universos culturales y fronteras de un mundo que camina hacia el postsoberanismo, el camino pasa necesariamente porque todos los tangerinos asuman esa llamada, ejerzan los mismos deberes y derechos, diriman vía proyectos, vocaciones y méritos sus aspiraciones a la representación ciudadana: “En las actuales condiciones de la globalización, encuentro cada vez mayores razones para emplear los conceptos de mestizaje e hibridación. Pero al intensificarse la interculturalidad migratoria, económica y mediática se ve que no hay sólo “fusión, cohesión, ósmosis, sino confrontación y diálogo”. En este tiempo en que las decepciones de las promesas del universalismo abstracto han conducido a las crispaciones particularistas, el pensamiento y las prácticas mestizas son recursos para reconocer lo distinto y elaborar las tensiones de las diferencias. La hibridación como proceso de intersección y transacciones es lo que hace posible que la multiculturalidad evite lo que tiene de segregación y pueda convertirse en interculturalidad. Las políticas de hibridación pueden servir para trabajar democráticamente con las divergencias, para que la historia no se reduzca a guerras entre culturas. Podemos elegir vivir en estado de guerra o en estado de hibridación”.[10]

La interculturalidad es, ante todo, una realidad inapelable; y también una virtud. Consideramos el cénit de nuestra civilización aquellos periodos históricos que reciclaron las herencias plurales del pasado y reconocieron los intercambios mestizos del presente como apuesta de futuro. Por tanto, nada más incivilizado que asumir el choque de civilizaciones. Nada más que regresivo que practicarlo en nombre del progreso. Pero la riqueza intercultural es también un desafío a las convicciones, filiaciones étnicas y religiosas, normas sociales, identidades y entidades geopolíticas que decidimos o nos imponen. El reto intercultural resulta obligatorio y, a veces, duro; pero también fascinante si es vivido en libertad. Conlleva riesgos, pero también logros. Presupone reconocernos; es decir, volver a conocernos: descubrirnos distintos y, al tiempo, similares en nuestra pluralidad frente al otro.[11]

La ciudad pasa a ser el nuevo banco de pruebas de relaciones, miradas, tolerancias que confrontan directamente el modelo heredado de la antigua ciudad, dominada por la memoria de un tiempo sobre el que se construía la historia de una identidad. El nuevo cuerpo social se presenta desde las marcas de diferencias múltiples, reunidas apenas en el frágil modelo de las nuevas relaciones. No se trata de una identidad construida desde el segmento dominante de los tiempos comunes, sino desde la interferencia de tiempos y memorias diversas, religiones diferentes. Releo la intervención de Amín Maalouf tras recoger el premio príncipe de Asturias: “La diversidad en sí misma no es ni una bendición ni una maldición. Es sencillamente una realidad, algo de lo que se puede dejar constancia. El mundo es un mosaico de incontables matices y nuestros países, nuestras provincias, nuestras ciudades irán siendo cada vez más a imagen y semejanza del mundo….  Vivir juntos no es algo que les salga de dentro a los hombres; la reacción espontánea suele ser la de rechazar al otro. Para superar ese rechazo es precisa una labor prolongada de educación cívica. Hay que repetirles incansablemente a estos y a aquellos que la identidad de un país no es una página en blanco, en la que se puede escribir lo que sea, ni una página ya escrita e impresa. Es una página que estamos escribiendo; existe un


[10]García Canclini: culturas híbridas, editorial paidós, 2001

[11]Víctor Sampedro y Mar Llera (eds.): Interculturalidad: interpretar, gestionar y comunicar, ediciones Bellaterra, 2003.

patrimonio común: instituciones, valores, tradiciones, una forma de vivir – que todos y cada uno profesamos; pero también debemos todos sentirnos libres de aportarle nuestra contribución a tenor de nuestros propios talentos y de nuestras propias sensibilidades. Asentar este mensaje en las mentes es  hoy, desde mi punto de vista, tarea prioritaria de quienes pertenecen al ámbito de la cultura.”[12]

Tánger puede ser el escenario modélico, un laboratorio en el que se dramaticen modos originales de urbanidad y ciudadanía armónica, siempre en diálogo incesante, que perseguirá plantear puntos de vista en torno a los temas de diversidad y política cultural que interesan a las sociedades euro-mediterráneas y limar las diferencias, ahondando más en los asuntos que unen y dejando de lado las heridas que ahuyentan cualquier intento de acercamiento. Sin visión de futuro, el mediterráneo está abocado a las divisiones y conflictos, a las desigualdades, flujos de inmigración salvaje y a los repliegues de identidad. Lograr sociedades tolerantes y armoniosas requiere un compromiso de inclusión social y económica y una inversión en política para llevarlas a cabo, tanto por parte de la administración pública como la sociedad civil.El reto no es fácil, pero es posible en una ciudad como ésta, de ustedes tangerinos todo depende.


[12] Discurso de Amín Maalouf pronunciado el viernes 22 de octubre en el Teatro Campoamor de Oviedo. Véase también, Amín Maalouf: identidades asesinas, alianza editorial, 1999. Este libro es una denuncia apasionada de la locura que incita a los hombres a matarse entre sí en el nombre de una etnia, lengua o religión. Es un canto al ciudadano frente a la tribu, una llamada a la tolerancia.