Argelia, un “mediador” imposible en el conflicto del Sáhara
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BOUBEKRI MOHAMMED YASSER
En los últimos días, Argelia ha manifestado su “disposición” a ejercer de mediador entre Marruecos y el Frente Polisario. A primera vista puede parecer un gesto diplomático, pero cualquiera que conozca el historial del conflicto sabe que esta oferta no se sostiene. Argelia no es un país neutral ni un actor externo: es un pilar central del problema.
Desde mediados de los años setenta, la implicación argelina ha sido determinante. El territorio de Tinduf, que oficialmente debería estar bajo plena autoridad del Estado argelino, se convirtió en la base política, militar y logística del Polisario. Allí se toman las decisiones, allí se entrenan los combatientes y allí opera una estructura que no existiría sin el apoyo directo de Argelia. Esto no es un detalle menor: habla de un rol activo, continuo y estratégico.
Para colmo, mientras Argelia afirma no ser parte del conflicto, rechaza participar en las mesas de negociación ampliadas propuestas por Naciones Unidas. Ese rechazo contradice de manera frontal su papel real y deja en evidencia una incoherencia difícil de disimular. No se puede ser actor influyente sobre el terreno y, al mismo tiempo, proclamarse simple espectador.
En diplomacia, un mediador debe cumplir tres condiciones mínimas: neutralidad, credibilidad y capacidad de generar confianza entre las partes. Argelia no cumple ninguna. Mantiene las fronteras cerradas con Marruecos desde hace décadas, rompió relaciones diplomáticas de forma unilateral en 2021 y sostiene un discurso político que alimenta la tensión en lugar de aliviarla. ¿Qué confianza puede generar un país que ni siquiera acepta mantener canales de diálogo básicos con uno de los protagonistas?
Además, en foros regionales e internacionales, la postura argelina ha sido abiertamente favorable al Polisario, incluso cuando la mayoría de los actores internacionales —incluyendo potencias mundiales— respaldan una solución realista basada en la autonomía bajo soberanía marroquí. No se trata de matices diplomáticos, sino de una alineación contundente que invalida cualquier pretensión de mediación.
Intentar presentar a Argelia como árbitro imparcial es desconocer su papel durante casi cinco décadas. La solución del conflicto pasa necesariamente por Argelia, pero no como mediador, sino como parte implicada que debe asumir su responsabilidad en un proceso serio de negociación. Sin ese reconocimiento, cualquier propuesta queda reducida a un juego de imagen que no contribuye a la estabilidad regional.
El verdadero obstáculo no es la ausencia de un mediador, sino la insistencia de Argelia en esconder su protagonismo detrás de un discurso de neutralidad que nadie cree. Y mientras esta contradicción persista, el camino hacia una solución duradera seguirá bloqueado por quienes dicen querer resolver el conflicto, cuando en realidad lo alimentan.