23 de abril de 2024

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Mujeres contra la República islámica: el feminismo como ideología de combate contra el totalitarismo religioso en Irán.

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Tradicionalmente, el rol sociopolítico de las mujeres en Irán fue enorme. Las mujeres marcaron la historia política reciente de este país desde la Revolución del tabaco (1891).[1] A lo largo del siglo XX, la cuestión de la mujer fue vital en las dinámicas tanto reformistas como revolucionarias que experimentó la sociedad iraní. Ampliar la participación femenina en la sociedad civil y fomentar los derechos de la mujer iraní fueron las políticas más visibles del proceso de modernización social durante el mandato de la dinastía Pahleví (1925-1979), y más especialmente en el ámbito educativo y familiar. Las inclinaciones laicas de la monarquía permitieron el surgimiento de un movimiento feminista de carácter liberal, incluso comunista, hasta que todo cambió tras la instalación del régimen de los ayatolas en 1979. A pesar de esto, restituir el estatus de la mujer anterior a las reformas del Sah, fue imposible. Dadas las circunstancias de la I Guerra del Golfo (1980-1988), la Revolución islámica no tuvo más remedio que contar con las mujeres en todas las esferas públicas.[2]

El feminismo no desapareció de la sociedad a pesar del carácter fundamentalista del régimen. Las estructuras sociales más conservadoras produjeron un feminismo islámico que aportó novedosas posturas religiosas que abogan por la igualdad de género a través del libre ejercicio del ̕ Iŷtihād (esfuerzo interpretativo). Es decir, un ejercicio intelectual que interprete las fuentes religiosas de acuerdo a las necesidades del momento, cuya competencia reside exclusivamente en el clero chií. Este gremio formado en su gran mayoría por hombres. No obstante, al sistema no le faltan voces femeninas, puesto que en el seno de régimen iraní nos encontramos con ayatolás mujeres como Zoreh Sefaty, quien propone desde el punto de vista religioso una cierta modernización social y aboga por reforzar el pluralismo en las instituciones políticas. Se trata de un discurso reformista, el cual presenta una nueva lectura de las fuentes islámicas para argumentar que el islam no establece diferencia entre mujer y hombre.[3] Dicho feminismo islámico es frecuente entre mujeres universitarias de la clase media, pero también goza de simpatías entre las élites.  El caso más relevante en este sentido es el de Massoumeh Ebtekar, quien, sin dejar de ser conservadora, ha defendido públicamente el derecho de la mujer a ocupar cargos políticos de alto rango, siempre y cuando cuente con el consentimiento del marido para poder abandonar el hogar familiar.[4]

En realidad, el éxito electoral del reformismo iraní en los últimos años de la década de los noventa (1997) tuvo su origen en la participación masiva de las mujeres en las elecciones, que anhelaban un cambio social. Efectivamente, los reformistas llegaron al gobierno y ampliaron la presencia femenina en las instituciones, pero el rol de la mujer en la sociedad iraní va más allá de las políticas gubernamentales. Es una cuestión que está ligada a la propia idiosincrasia del régimen.[5] Los aparatos de cariz fundamentalista como la figura del Líder Supremo, El Consejo de Guardianes o la Asamblea de Expertos son los poderes facticos del Estado ante los cuales el presidente de la Republica se encuentra subordinado sin competencias legales para llevar a cabo una reforma real como fue el caso de Jatami. El peso político del clero chií en estas instituciones es enorme; un gremio que vela para que todas las leyes aprobadas en el parlamento respondan a la Constitución, cuya base es la interpretación discriminatoria extraída de las fuentes religiosas. En este sentido, en 2011 los ayatolás más influyentes en Irán llegaron a rechazar la participación de las mujeres en competiciones deportivas a nivel internacional;[6] incluso, legitimaron perseguir a las mujeres que llevan un velo (ḥiŷāb) que no se ajusta a sus dogmas sobre la vestimenta femenina.[7]

En consecuencia, la muerte de la joven iraní Mahsa Amini, que fue detenida a mediados de setiembre de 2022 por no llevar de manera adecuada el velo, provocó una ola de duras protestas que siguen en desarrollo. El régimen iraní reaccionó, como suele ser habitual, relacionando los disturbios con injerencias externas que pretenden destruir Irán en favor del enemigo americano e israelí. Una actitud comúnmente utilizada para legitimar la represión.

En Irán las protestas forman parte del proceso evolutivo de la sociedad local: desde la revolución constitucional el año 1906, Irán experimenta fuertes olas de protesta social cada diez años. Un fenómeno al que la Revolución islámica no puso fin. La movilización social en Irán caracterizó el escenario político contra el poder de los ayatolás durante los años 1988, 1999 y 2009. No obstante, en la actualidad, las protestas están cobrando un cariz mucho más dinámico de lo que conocemos a través de la historia reciente de Irán. Desde diciembre de 2017, se inauguró un ciclo de constantes protestas sociales, experimentando, en ocasiones, más de una ola reivindicativa al año. En 2019, debido al aumento del precio del combustible (entre 50% y 200%), la sociedad iraní libró duras protestas, la más violentas desde la caída de régimen del Sah, donde murieron 1500 personas. En los años 2020-2021, las regiones marginadas como Ahwaz (mayoría árabe) y Sistán (en la frontera con Afganistán), llevaron a cabo fuertes movilizaciones sociales, incluso actos bélicos por parte de milicias rebeldes.[8]  Pese a todo, el régimen iraní se mantuvo solido a nivel estructural gracias a sus bases ideológicas y a sus fuertes cuerpos de seguridad que controlan el Estado.

Empero, las actuales protestas son de distinta naturaleza, ya que la movilización social se origina por una causa sentimental con una fuerte influencia en la conciencia humana: la cuestión de la mujer. El acto de quemar el velo islámico como símbolo de protesta es un síntoma significativo de ruptura en la relación entre el régimen y amplios sectores sociales. Las nuevas generaciones en este país, nacidas después de la caída del Sah, exigen más libertades (60% de la población), por el contrario, las autoridades estiman que el velo islámico es el símbolo más visible e importante del régimen. Rebelarse contra el ḥiŷāb, como precepto religioso dogmático del clero iraní, es el desafío ideológico más grave en la historia de la República islámica, lo cual explica la brutal actitud represiva de las autoridades.[9]

En política los símbolos no son más que la punta del iceberg, mientras los factores que subyacen son de hondo calado ideológico y social. Las dimensiones de las protestas iraníes están entrelazadas y son complejas. El factor económico es el más importante de ellas: las sanciones internacionales afectan duramente a la economía iraní que perdió la mitad de su PIB nacional, pasando de 450 mil millones de dólares en 2019 a apenas 200 mil millones en 2021. Por consiguiente, 40 millones de personas están bajo el umbral de la pobreza según el observatorio de Oriente Medio y el Norte de África en 2019;[10] es decir, la mitad de la población. La infravivienda en Irán afecta a entre 10-16 millones de personas.[11] Además, las circunstancias de la pandemia y la guerra en Ucrania elevaron la inflación al 50%, devaluando de manera considerable la moneda iraní en el mercado internacional.

La situación política en la que se encuentra el país es el segundo factor causante de las protestas sociales. Tras el Movimiento verde en 2009, las autoridades sofocaron todas las tendencias de oposición política civil, incluso la más moderadas. Los grupos de activistas reformistas que formaron parte integrante en el sistema islámico han sido vedados, acaparando el poder en manos de los conservadores. La Guardia revolucionaria, el cuerpo de seguridad más cercano al Guía supremo de la Republica Ali Jamenei, fue la institución beneficiada en este sentido. Este cierre del espacio político tuvo su impacto en la participación electoral en 2021, la cual no superó el 49% según los datos oficiales. Estos comicios evidenciaron el desgaste en la base social del régimen. El propio Jamenei, hizo comentarios al respecto y advirtió de lo peligroso que es la pérdida de la legitimidad popular para un sistema que se declara revolucionario.[12]

El fracaso del nuevo presidente conservador Ebrahim Raisi en lograr una mejoría en la vida diaria de los iranies ha aumentado el recelo social. Según los expertos en política regional de Oriente Medio, el único modo para que mejore notablemente la situación económica es levantar las sanciones económicas. Lo cual supone llegar, sin demora, a un nuevo acuerdo nuclear sostenible con Estados Unidos. Una tarea sin cumplir tras meses de negociaciones en vano.[13]

Irán tampoco tuvo éxito en su política regional. Las cinco rondas de diálogo con los saudíes en Bagdad con el fin de naturalizar las relaciones bilaterales tampoco tuvieron buenos resultados. Los saudíes interpretaron los disturbios en Iraq como una pérdida de influencia iraní en este país, ya que durante los últimos meses el régimen de los ayatolás fracasó en asegurar la unidad política de las fuerzas chiíes para formar un gobierno estable en Bagdad. Por lo cual, los saudíes dejaron de mostrar entusiasmo en llegar a un acuerdo con Irán. Por otro lado, las ofensivas israelíes contra las bases militares, centros nucleares y personajes de alto rango en Irán dañan la imagen del Estado chií como potencia militar regional, más especialmente, por la restringida capacidad de respuesta bélica iraní que no sobrepasa las fronteras del Kurdistán iraquí.[14]

Aun así, volviendo al asunto que nos ocupa respecto a la política doméstica en el país persa, el régimen de los ayatolás no carece institucionalmente de capacidad política para manejar la situación combinando entre políticas de represión y reforma. El objetivo de esta dualidad estratégica sería limitar la tensión social y alejar a las masas moderadas de las plazas y calles. Es cierto que en la “batalla del ḥiŷāb” es difícil que el régimen renuncie a sus dogmas religiosos, pero es posible que, de hoy en adelante, las autoridades manejen el asunto de la vestimenta femenina con más tolerancia. A pesar del carácter autocrático del poder político en Irán, el Estado mantiene una cierta pluralidad interna, quizá en un grado mayor que sus vecinos árabes, quienes aparecen desde fuera como más liberales.[15] Este rasgo sociopolítico no implica ninguna ventaja respecto al cambio social sino que permite a la autoridad religiosa suprema en Irán fragmentar aún más a la sociedad en facciones étnicas, doctrinales e ideológicas. Esta circunstancia otorga al régimen un relativo margen de maniobra, utilizando a los distintos bandos, especialmente a conservadores y moderados. En caso de necesidad extrema el sistema adapta sin demora un discurso reformista para que las cosas no se les vayan de las manos. Esta parece ser la única salida viable para el régimen, aunque hasta el momento no se transmita señales en esta dirección. La detención de Feazeh Rafsanyani, la hija del ex presidente reformista Akbar Hashemí Rafsanyani acusada de alentar las protestas en Teherán,[16] es un indicio en el sentido contrario, pero quizás se trate de una táctica política para manejar bien los hilos de las tendencias feministas en el país.

De todos modos, el análisis estadístico de las recientes revueltas a nivel mundial, indican que las protestas sociales promovidas por las redes no son movimientos sólidos para el cambio social y político. Historicamente, las protestas fueron una herramienta de presión social dirigida en contra de las estructuras del sistema establecido, pero la política va más allá de la presión. Construir alianzas, manejar situaciones difíciles y negociar soluciones son cuestiones imprescindibles durante una revolución que exigen un liderazgo reconocido por los actores políticos. Un movimiento social sin organización institucional de partidos, asociaciones y sindicatos termina desapareciendo rápidamente de la esfera publica sin lograr sus objetivos.  Las masas serían muy vulnerables frente a la represión sin un liderazgo aglutinador a nivel identitario y reivindicativo.

El régimen iraní, como todas las dictaduras alrededor del mundo, aprendieron de las revueltas árabes de 2011. El espacio digital ha dejado ya de ser una ventaja para los movimientos pro democráticos. En realidad, vivimos en un mundo caracterizado cada vez más por una dictadura digital visible. Las redes sociales están vigiladas e incluso censuradas, al antojo de las autoridades. La Social Media está saturada de Fake News, teorías de conspiración, discursos fanáticos, propaganda fundamentalistas, etc. Una serie de elementos capaces de arruinar la práctica democrática en cualquier país liberal, incluso en el propio Estados Unidos. Imagínense en Irán, en la cual las autoridades autocráticas desarrollaron una estrategia que combina entre el control y la censura para llegar no solo a neutralizar las redes sociales como factor de cambio, sino también para apropiarse de este instrumento tecnológico para fomentar el autoritarismo social. A través de miles de cuentas falsas, el régimen se afana en sembrar la duda, la desconfianza y la fragmentación.[17] El contenido de esta propaganda reaccionaria es una amalgama de elementos de patriotismo chovinista e ideas populistas de carácter xenófobo antioccidental, orquestadas para obstruir la construcción de una masa crítica capaz de alcanzar la metamorfosis esperada por la sociedad.

La “batalla del ḥiŷāb” en Irán representa una fase avanzada de la lucha del feminismo iraní contra un sistema represivo, especialmente contra las mujeres. Es un indicio de una metamorfosis sociocultural que no solamente afecta a Irán, sino a toda la región de Oriente Medio. Ante esto, los ulemas musulmanes en general deben prestar atención. Quizá ha llegado el momento de aceptar las lecturas feministas de los textos sagrados. La supremacía masculina en la cuestión religiosa debe terminar en virtud del nuevo lugar de la mujer en las sociedades contemporáneas. Es difícil saber a ciencia cierta el resultado de esta lucha sobre la vestimenta femenina en un país como Irán, pero sin lugar a dudas, estamos ante una movilización social que alcanza el corazón del sistema, llegando, incluso, a involucrar a las mujeres musulmanas educadas a tenor de los preceptos religiosos defendidos por los ayatolás. Al igual que sucedió con la Revolución de 1979 y el cambio radical que produjo en el clima político de Oriente Medio, las mujeres que protestan actualmente en Irán están en fase de impulsar una nueva transformación sociocultural en la región. Las imágenes producidas gracias a esta heroica lucha feminista y social son suficientes para iniciar una metamorfosis cultural en la conciencia colectiva de la sociedad iraní y sus vecinos árabes sin que haga falta acabar definitivamente con el régimen autocrático de los ayatolás.

[1] La Revolución de tabaco (1890) se originó por la decisión del Sah Naserddin Sah Kayar de conceder el monopolio del comercio del tabaco a una empresa británica. En aquella época el 20% de la población iraní trabajaba en la industria de esta materia, lo cual afectó enormemente a una clase activa numerosa en el país. Como reacción, ayatolá Mirza Shirazi prohibió el uso del tabaco lo que causó un enfrentamiento entre el clero chií y el Estado. Finalmente, la presión social obligó al Sah a abolir el acuerdo con la empresa británica. Según los historiadores, esta revuelta fue el inicio de la enorme influencia del clero chií en la sociedad iraní y produjo la dinámica sociopolítica que terminó con la revolución constitucional en 1906.

[2] Ṣammādī, Fāṭima. “La mujer iraní y la presidencia de la Republica: el cargo prohibido”. Centro Aljazeera de Estudios. Mayo de 2013.

[3] Velasco de Castro, Roció. “presencia y prácticas de las mujeres iraníes en la política y en los medios de comunicación”. I Congreso Internacional de Comunicación y Género. Sevilla. 5-7 de marzo de 2012. p:692.

[4] Massouma Ebtekar estuvo involucrada en el ataque de la embajada estadounidense en Teherán en 1979 y llego a ser vicepresidenta del gobierno y responsable de asuntos ecológicos durante el mandato del presidente Muhammad Jatami. ibid., p:694.

[5] Ṣamādī, Fāṭima. “La mujer iraní y la presidencia de la Republica: el cargo prohibido”. Centro Aljazeera de Estudios. Mayo de 2013.

[6] Véase, página de noticias en persa Radio Farda.

[7] El código penal iraní utiliza el término de “El pésimo velo”, es decir, el velo mal colocado que deja una parte del pelo de la mujer sin cubrir. Además, el vestido no amplio que marca los detalles del cuerpo femenino está considerado un delito. Los mecanismos educativos y jurídicos para imponer la vestimenta islámica fueron redactaos por el Consejo Superior de la revolución cultural desde 2005, y aprobados como ley por el Parlamento (el Consejo de la Ṧūrā) un año después en 2006. Ṣamādī, Fāṭima. “La polémica del ḥiŷāb en Irán entre lo político y lo religioso”. Lubab for Estrategic and Media Studies. Febrero de 2021. pp.111-117.

[8] “Las protestas de Irán: elementos, contextos y posibilidades”. El Centro Árabe de Investigaciones y Estudio de Políticas. Octubre de 2022.

[9] Ibid.

[10] Véase, el Observatorio de Oriente Medio y el Norte de África.

[11] Según el canal de noticias estadounidense dirigida al Mundo Árabe. Alhura.

[12]  Web en árabe. Irán Internacional.

[13] “Las protestas de Irán: elementos, contextos y posibilidades”. El Centro Árabe de Investigaciones y Estudio de Políticas. Octubre de 2022.

[14] Ibid.

[15] Velasco de Castro, Roció. “presencia y prácticas de las mujeres iraníes en la política y en los medios de comunicación”. I Congreso Internacional de Comunicación y Género. Sevilla. 5-7 de marzo de 2012. p:701.

[16] BBC.

[17] Arabi21.