7 de diciembre de 2024

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Franco ante la complicada independencia de Marruecos (I/II)

Además, Franco sabía que caso de verse implicada España en un conflicto bélico de tipo colonial en un mundo en franca e irreversible descolonización, no sólo no iba a contar con respaldo

Cinco eran los ejes sobre los que venía girando la política exterior española desde el final de la II Guerra Mundial: acercamiento a los Estados Unidos, que se saldaba en 1953 con los acuerdos bilaterales; estrechas relaciones con la Santa Sede, que concluían con la firma del Concordato también en dicho año; afianzamiento del Pacto Ibérico establecido con Portugal durante dicha contienda; afianzamiento y ampliación de las relaciones con los países iberoamericanos y, por último, apertura y estrechamiento de relaciones con los países árabes que emergían tras siglos de decadencia o incluso inexistencia y que ahora se presentaban como importantes productores de petróleo, ávidos de productos españoles.

En su discurso ante el Consejo Nacional del Movimiento, en fecha tan temprana como el 18 de Julio de 1943, Franco ya había pronosticado que tras el final de la guerra mundial los países occidentales  perderían paulatinamente sus colonias una vez que éstas accedieran a su independencia, mientras que por el contrario el comunismo se expandiría al encontrar campo abonado en la lógica debilidad de los nuevos países.

Para España, que venía trabajando en el acercamiento a los países árabes emergentes con notable éxito, pudiendo afirmarse que a comienzos de los cincuenta las relaciones eran ya privilegiadas con la mayoría de ellos, la descolonización de Oriente Medio e incluso de África no presentaba especiales problemas, sino todo lo contrario, existiendo tan sólo un peligro: que la inevitable independencia de Marruecos, y por ello de nuestro Protectorado, se produjera de forma descontrolada y afectara negativamente a nuestras otras posesiones africanas, es decir, a Ifni y el Sahara, pero también a Ceuta y Melilla, ciudades cuya españolidad era y es absolutamente indiscutible.

El Caudillo poseía su propia opinión sobre cómo debía gestionarse la descolonización de los protectorados marroquíes francés y español, o sea, de Marruecos, hecho al que no sólo no se negaba, sino del que era partidario. En síntesis, el Generalísimo consideraba que dicho proceso y consiguiente formación de un Marruecos independiente debía prolongarse varios años durante los cuales debía dotarse al área de los recursos técnicos y de la estabilidad social necesaria para que al producirse la independencia el Marruecos que naciera no quedara bajo control político y económico francés con el consiguiente perjuicio para los intereses españoles en la zona; también, porque dicha independencia debía producirse una vez que las nuevas autoridades marroquíes hubieran reconocido y garantizado la españolidad de Ceuta y Melilla siempre puesta en duda por ellos. En pocas palabras, Franco, africanista de formación y muy buen conocedor de los entresijos e intereses políticos de la zona, así como de la idiosincrasia del marroquí, ni se fiaba de éstos ni de los franceses, por lo que aun siendo partidario de la independencia de Marruecos creía que la misma debía hacerse de forma controlada para salvaguardar los intereses españoles en área tan delicada en la que tanto se jugaba España en los aspectos geoestratégicos por el Estrecho de Gibraltar, económico. por los ricos bancos de pesca y fosfatos saharianos, así como de prestigio internacional.

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Mohamed V

En Febrero de 1951, y tras la visita del Sultán, Mohamed V, a París, la diplomacia española supo que Francia no estaba por el momento decidida a facilitar la descolonización de su zona, corriendo incluso rumores que apuntaban a la posibilidad de que estuviera estudiando la posibilidad de un golpe de fuerza contra Mohamed V, lo que de producirse obligaría a España a intervenir en su favor poniéndola en delicada posición ante la autoridades galas. Coincidente con lo anterior, Francia comenzó a presionar para que se modificara el estatuto internacional de Tánger, lo que provocó un considerable aumento de la tensión en la zona y la obligada apertura de negociaciones entre los países administradores de dicha ciudad, es decir, entre París, Londres y Madrid.

Muley el Hassán ben el Mehdi

España inició un programa de concesión de dosis parciales de autonomía al Jalifa de su Protectorado, Muley el Hassán ben el Mehdi –máxima autoridad delegada del Sultán–, con el fin de atraerse a su terreno e intenciones a las autoridades marroquíes, demostrando su voluntad de caminar de la mano hacia la futura independencia a largo plazo. Por el contrario, los franceses obligaban al Sultán a firmar varios decretos por los cuales admitía un considerable aumento de la autoridad del residente francés en detrimento de las suyas propias y un sustancial refuerzo de los privilegios de los colonos franceses proporcional a la rebaja de los naturales marroquíes; dicha política desencadenaría una creciente tensión entre unos y otros que se saldaría con graves y sangrientos enfrentamientos en Diciembre de 1952 en Casablanca.

Mohamed ben Moulay Arafa «Mohamed VI»

El 20 de Agosto de 1953, los franceses ponían en marcha su plan obligando a Mohamed V a dimitir, tras lo cual, además de confinarlo en Madagascar, le suplantaban colocando en su vez a un pariente, Mohamed ben Moulay Arafa –que adoptó el nombre de Mohamed VI–, provocando una ola de indignación que llevó a muchos de los notables leales al Sultán a refugiarse en el protectorado español. Ante ello, el Alto Comisario español en Marruecos, el Gral. Rafael García Valiño, aconsejaba a Franco ponerse de parte del Sultán y defender los intereses marroquíes como forma no sólo de hacer justicia, sino también de atraerse aún más a los moros de nuestra zona.

Gral. Rafael García Valiño

Con todo, la dura y sorprendente maniobra francesa provocó una fuerte tensión en el seno del Gobierno español. Por un lado, García Valiño urgía al ministro de Asuntos Exteriores, Martín-Artajo, a reaccionar y protestar ante París, lo que le permitiría a él impedir al Jalifa de la zona española reconocer al nuevo Sultán. Al tiempo, García Valiño protestaba a su vez ante el ministro porque los cónsules españoles en la zona francesa actuaban como si España hubiera ya reconocido a ben Araba como nueva máxima autoridad marroquí. Martín-Artajo, ante las informaciones contradictorias que le llegaban, dudó sobre cuál debía ser la postura española, enviando a Franco en la tarde del 3 de Septiembre una nota en la que le notificaba que había respondido a García Valiño diciéndole que «…un reconocimiento formal, jurídico, por parte del Gobierno español no es procedente… (pero que) un acatamiento (del nuevo Sultán) por parte del Jalifa, con algún acto de pleitesía… no era de su incumbencia decidir si procede…». Franco estuvo de acuerdo con Martín-Artajo. Así pues, España no reconoció al nuevo Sultán, pero tampoco impidió al Jalifa rendirle pleitesía, lo que hizo públicamente en la oración del Viernes siguiente.

Martín-Artajo

A partir de este instante y durante el resto de 1953, García Valiño no se cansaría de impulsar a través de los medios de comunicación del Protectorado una dura campaña anti-francesa que en ningún momento fue desautorizada por el Gobierno. Para principios de 1954, la postura española sobre el particular era resumida por el propio Franco en un artículo que publicó bajo el pseudónimo «Hispánicus» en tres premisas: España estaba a favor de la independencia de Marruecos y así venía actuando; la autoridad del Jalifa, por ser delegada del Sultán, no se veía afectada por el cambio de éste; debido a que Francia, al deponer al Sultán, había vulnerado los acuerdos de 1912, el nombramiento del nuevo Sultán resultaba inválido.

Gral. Augustin-Léon Guillaume

Francia tomó nota de lo dicho por Franco y el residente francés en Marruecos, Gral. Augustin-Léon Guillaume, se quejó al cónsul español en Rabat manifestándole que París estaba molesto porque España hubiera elegido seguir una vía dispar de la francesa, siendo necesario seguir los dos países la misma para evitar tensiones. El cónsul español, José de Felipe de Alcover y Sureda, como no podía ser de otra forma, le respondió con dos razones contundentes: por un lado, no era España la que había elegido una vía propia, sino Francia que en ningún momento y desde el principio había actuado por libre y por adelantado pretendiendo imponer a España su criterio mediante hechos consumados; por otro, España consideraba como prioritario que los intereses marroquíes debían prevalecer sobre los de los dos países «protectores» pues en definitiva se caminaba hacia la descolonización y consiguiente independencia marroquí por lo que no parecía lógico lo contrario.

En Mayo de 1954, Francia daba por fracasada su política de imposiciones en Marruecos, entre otra cosas porque los partidarios del depuesto Mohamed V, agrupados en el partido independentista Istiqlal, ganaban terreno, la contestación popular contra su sustituto, Mohamed VI, crecía, y las acciones armadas contra los colonos franceses no cesaban, todo lo cual daba la razón a España y, por ende, a Franco. Como primera medida, París sustituía al Gral. Guillaume por Francoise Lacoste, partidario del rápido reconocimiento de la independencia marroquí, lo que como hemos visto chocaba con los planes de Franco que la cifraban en varios años.

Para Julio de ese mismo año de 1954, la situación en el protectorado francés se deterioraba considerablemente, contagiándose poco a poco al español, pues a pesar de la postura española en favor de Mohamed V, sus partidarios en el lado español, si bien la reconocían y agradecían, comenzaban a presionar para que la independencia no fuera cosa de años, sino de poco tiempo, igual que se exigía a los franceses. Así, tanto París como Madrid comenzaban a sentirse desbordados por el empuje independentista marroquí, ansia en el cual tenía mucho que ver la evidente infiltración de activistas comunistas al servicio de la estrategia soviética en África que pretendía hacerse con el control de los nuevos países que iban surgiendo en dicho continente conforme su descolonización se aceleraba. Carrero Blanco, siempre en la vanguardia de la información y del análisis, entregaba a Franco un importante informe el 1 de Diciembre en el que adelantaba que desde el Magreb Occidental hasta el Canal de Suez, estaba claro que en muy breve periodo de tiempo iban a nacer varios nuevos países musulmanes muy influenciados por el marxismo y por ello potencialmente hostiles a España, lo que podría dar lugar a que nuestro país se viera, antes o después, hostigado por la fuerza y obligado a defenderse en lo que denominaba «…guerra chica…» para lo que había que prepararse; así ocurrirá poco después, en 1957, en Ifni y el Sahara.

La guarnición francesa de Dien Bien Fu prisionera

A la vista de la velocidad y potencial peligrosidad que tomaban los acontecimientos, Franco, a finales de 1954, comenzó a variar su posición, reconociendo no sólo como inevitable la pronta independencia de Marruecos, sino también que las negociaciones para ello debían, ante todo, evitar que se llevara a cabo bajo la presión de incidentes violentos y menos aún de una potencial lucha armada. El Caudillo, que siempre siguió con atención las consecuencias de los conflictos bélicos surgidos tras la II Guerra Mundial, había llegado a la conclusión de que a pesar de la pretendida fortaleza militar de los países occidentales, poco o nada podían hacer en caso de lucha de guerrillas, siendo el ejemplo más patente y cercano la caída de Diem Bien Fu que marcó el final del dominio francés en Vietnam y el comienzo del intervencionismo norteamericano en aquella zona que tendría el mismo resultado.

Además, Franco sabía que caso de verse implicada España en un conflicto bélico de tipo colonial en un mundo en franca e irreversible descolonización, no sólo no iba a contar con respaldo internacional alguno, sino que tampoco la sociedad española estaba preparada para sostener material y humanamente una nueva guerra. Así pues, por ser militarmente improbable obtener un rotundo éxito y por no convenir a la ya acelerada recuperación de España, cuyo despegue económico comenzaba a ser evidente, comenzó a preparar al país, y sobre todo a los numerosos africanistas recalcitrantes que existían entre los mandos militares, muchos de ellos de los mejores, de más prestigio y de los más acreditados, para asumir la independencia del protectorado marroquí a no tardar mucho; precisamente ese protectorado cuya pacificación tanto esfuerzo y sangre costara y tanta gloria diera a las Fuerzas Armadas y a España, pero que ahora, por mucho que doliese en el ánimo, debería ser abandonado, lo que sin duda para algunos no iba a ser píldora fácil de tragar.

La llegada del Semiramis al puerto de Barcelona

Para Franco había otra razón, y es que venía observando un cambio de estrategia por parte de la URSS cuyas nuevas autoridades procedían, tras la muerte de Stalin en 1953, a abandonar la estrategia de lucha armada como forma de expandir el comunismo en Europa, por la infiltración en todos los sectores de la sociedad para corromperlos y conquistarlos desde dentro, bien que a largo plazo, lo que exigía, de momento, el mantenimiento del status quo europeo y el teórico apoyo a un acercamiento entre los dos bloques. La propuesta soviética de celebración de una conferencia internacional de seguridad europea confirmaba esa nueva orientación. En lo que incumbía a España, incluso Moscú había propuesto la realización de una reunión en Suiza con el propósito de abrir algunos canales de relación e intercambios comerciales en sectores normalmente asépticos desde el punto de vista político. Fue en este nuevo ambiente cuando Moscú accedió por fin a las tan constantes como activas gestiones españolas en favor de la liberación de los prisioneros de la División Azul e incluso de algunos de los «niños de la guerra»; de estos últimos sólo fue posible en algunos pocos casos por la empecinada oposición de los dirigentes del Partido Comunista de España, especialmente Dolores Ibarruri y Santiago Carrillo, que convencerían a las autoridades moscovitas de que su permanencia en la URSS les seguía siendo útil como propaganda contra el Régimen.

Por contra, Moscú trasladaba la lucha armada que abandonaba en Europa a los países emergentes al hilo de la descolonización en Oriente, Asia y África, porque tenía puesta sus miras y esperanzas en conseguir en dichos continentes avances sustanciosos y rápidos del comunismo, conseguido lo cual dispondría de grandes masas humanas y de incalculables recursos materiales de todo tipo, principalmente de materias primas, que multiplicarían su fortaleza. En África su parte norte era esencial, pues el futuro Marruecos, más Argelia, no sólo desplazarían a Francia y España de dichas zonas, sino que le permitirían controlar buena parte de los accesos al Mediterráneo que con Egipto y su Canal de Suez en plena ebullición harían que la flota roja pudiera plantar cara a británicos y estadounidense en zona tan delicada. Era pues evidente que existía un peligro de infiltración comunista en Marruecos si su independencia no se gestionaba correctamente, de lo que Franco era especialmente consciente.

Casablanca en 1954

Durante la primera mitad de 1955, la situación en el protectorado francés se deterioró rápidamente hasta el punto de obligar en Septiembre al gobierno galo a reponer a Mohamed V y confinar en Tánger al que fuera por tan sólo un año y medio su sucesor; todo lo cual se hizo de nuevo sin consultar ni avisar a España. El hecho fue tomado por el independentista Istiqlal como un sonado triunfo provocando de inmediato fuertes desordenes que obligaron a García Valiño a cerrar la frontera entre ambos protectorados y colocar en estado de alerta a la guarnición militar para prevenir el contagio de la violencia. La acción francesa había cogido por sorpresa a España dejándola en mala posición; la dura y amarga protesta diplomática de Martín-Artajo a París de poco sirvió, pues el mal ya estaba hecho. Además, la vuelta de Mohamed V dejaba en muy difícil posición al Jalifa de la zona española que en su momento había rendido pleitesía a Mohamed VI.

Fin 1era Parte Fuente