Génesis de una ciudad musulmana: el caso de Fez la andalusí.
Por Mustafa Akalay Nasser, profesor investigador en la universidad privada de Fez UPF.
Director Director del departemento de la lengua Española en El Centro Europeo por la Prensa Libre – Londres.
Texto dedicado a la ciudad mejicana Morelia de Michoacán, que me ha honrado el jueves 6 de mayo 2021, al nombrarme embajador académico de la octava secretaria regional América central, Caribe y México de la OCPM.
Fez la andalusí es el prototipo de ciudad musulmana, rodeada de un recinto fortificado, sin más puertas al exterior que las indispensables para sus comunicaciones con las comarcas que la rodean, que además de un valor simbólico la tienen funcional. No se trata en muchos casos de simples puertas, sino de verdaderos organismos arquitectónicos, a veces de gran complejidad.
La puerta suele ser doble: una primera da paso a un amplio espacio como patio de armas, atravesando este patio se llegaba a la segunda puerta, que por fin da entrada al núcleo central de la medina. Las complejas puertas de recodo son por sí mismas monumentales y de desahogo. La puerta es como el vestíbulo de la ciudad, donde se recibe al visitante o al forastero, al foráneo, al campesino, mejor dicho, es como un puesto aduanero entre el espacio exterior-interior (extramuros-intramuros).
La medina es la agrupación de familias y tribus que se cierra con sus portalones en sus respectivos barrios (en árabe “Hawmas”), adarves y arrabales y todos ellos, acaban cerrándose por una muralla lindante común. Fez como todas las ciudades islámicas está cercada de murallas y encierra: La alcazaba y la medina. La alcazaba espacio político-militar es un recinto franqueado de torres que por sí solo constituye una ciudad militar, creada con fin estratégico, ocupa un lugar de fácil defensa y penoso asedio (en caso de ataque) y donde se halla el polvorín, el arsenal, la cárcel y los cuarteles.
En este modelo urbano, el efecto sorpresa del trazado laberíntico de la medina se borra o por lo menos se atenúa a causa de una distribución de usos y actividades, una jerarquización de espacios.
Los antecedentes de La zonificación (pretende definir los usos del espacio) se encuentran en el ideario urbano musulmán según el africanista Gil Benumeya:
“Importa no olvidar lo mucho que la ciencia del urbanismo moderno debe al islam. El principio indispensable del “Zoning”, antiquísimo en el islam árabe con sus ciudades divididas en alcazaba (barrio administrativo), Medina (ciudad residencial tranquila), Alcaicería (ciudad comercial), los arrabales anejos con carácter de ciudad industrial, y a veces barrios o hawmas especiales para grupos étnicos o religiosos aislados, el Mellah (judería), el Adwat u orilla d’Al- Ándalus (barrio andalusí) en el Fez medieval.”
La Medina es la generación de la ciudad desde el espacio lleno – la manzana- o cuadra, y donde lo público y lo privado se entrecruzan de forma compleja.
La Medina es el resultado de la yuxtaposición sucesiva de barrios con subdivisiones. Estas se componen mediante comunidades vecinales aglutinadas por vínculos específicos – familiares, lugar de procedencia, gremiales, actividades económicas- y disponen de todas las instituciones necesarias para la vida social.
La Medina constituye una ciudad compleja, dotada de una geometría irregular, con formas urbanas inesperadas como materialización de los contenidos del derecho islámico.
“El jurista alemán Otto Spies fue el primero que llamó la atención sobre las leyes islámicas al fiqh – jurisprudencia islámica- relacionadas con la organización urbana.”
Desde el exterior, la Medina mantiene la precisión de su configuración marcada por las murallas como una entidad autónoma y que la mirada puede envolver, seguramente porque gran parte de su perfil está rodeado por enormes extensiones verdes y cementerios. Pero esa precisión compositiva que ofrece al espectador que la contempla desde el exterior, se convierte en laberinto organizado, en cuanto penetra por alguna de las puertas y se sumerge en los callejones bordeados por viviendas cuyos tejados se tocan en pasadizos cubiertos que le hacen pensar al viajero que la medina de Fez se convierte a trechos en un inmenso hormiguero subterráneo; o cuando de repente, las construcciones ceden en altura y uno se encuentra paseando entre las tapias de un huerto inesperado y es como si la aglomeración humana quedara muy lejos , hasta que, al torcer un recodo, vuelve a encontrarse inmerso en el reguero de hombres, bestias y mercancías que se aprietan en alguna concurrida calle comercial. La Medina de Fez se ordena con ritmos vitales evidentes, que, del mismo modo que, de una manera imperceptible, distribuye funciones y profesiones por barrios, su trazado tiene una rigurosa lógica de interacciones entre geografía y hombre.
A vivir la ciudad se aprende y se practica. Esa es la teoría de la deriva, que es todo lo contrario de lo que le sucede al trabajador en su vida diaria, del trabajo a dormir (en francés Boulot- Dodo). Frente a eso la deriva o el mediñear es totalmente revolucionaria. Ahora en estos tiempos de prisa y de estrés yo creo que sería el momento de reinventar la deriva y de disfrutar la ciudad sin prisaspracticando paseos sin rumbo. La deriva se presenta como una técnica de paso ininterrumpido a través de ambientes diversos.
Derivar o mediñear es justo lo contrario de hacer turismo, aunque uno puede convertir cualquier viaje en una deriva y viceversa. Comparar ambas formas de recorrer la ciudad puede ser útil para comunicar que entendemos por deriva. La deriva implica el andar, recorrer y repensar, lejos del ávido ojo del turista, la deriva articula tiempo, paisaje y movimiento y evacua la tendencia a considerar lo urbano como espacio vago. El turista va a un destino, sin que le importa gran cosa cómo llega hasta él; y cuanto más rápido y cómodo, mejor. En cambio, para el flâneur lo importante es el recorrido, es decir, vive, disfruta y aprovecha el recorrido de su deriva, para ello deberá liberarse de ciertos hábitos y dejarse llevar por el cuerpo sensor. Es “l’éloge de la marche”, según el autor francés de dicho libro David Le Breton, el arte de caminar es el disfrute del tiempo y de los lugares, caminar es una escapatoria, una desatención a la modernidad. Es un alto o parada en la cadencia frenética de nuestras vidas, es una excelente manera de distanciarse y agudizar los sentidos.
La Medina de Fez está confinada en su recinto y más bien conservada, dispuesta a ser recorrida a pie, disfrutando de su escala humana, de su armonía, animada por
sus asimetrías y quiebros que juegan con la percepción y los sentidos. Por su riqueza formal y por su llamativa estética, constituye una esplendida muestra de esa tipología urbana tan característica del mundo islámico con la que ha expresado la vitalidad de su vibrante vida ciudadana, una sociedad en la que han alcanzado a integrarse, sin perder sus referencias andalusíes, las tradiciones culturales de árabes y bereberes.
La Medina de Fez extiende así su laberinto de callecitas serpentinas a veces rebosantes de una intensa actividad comercial y a menudo coronados por arcos. Pero el desconcierto inicial de quién pasea por la medina da paso poco a poco a la fascinación, caminar por Fez es ir descubriendo capas, pliegues, esquinas remotas de la historia.
“El recorrido asiduo de la urbe- Medina, las sensaciones de inmediatez y movilidad que procura, convidan al transeúnte a una iniciativa reconsideración de su ámbito. Frente al funcionalismo del territorio cuadriculado, sometido a una rigurosa operación de higiene y control, numerado de bloque por bloque y casa por casa por un Poder cuya suprema ambición seria siempre el fichaje y clasificación de sus habitantes, la Medina islámica salvaguarda la improvisación fecunda , un esquema de vida opuesto a la intervención administrativa , un desafío a la lógica patronal del espacio abierto y saneado , un mayor respeto a las personas y su doble tendencia individual y gregaria. Callejas tortuosas, bifurcación arborescente, caminos sin salida, fructífera vuelta atrás: ausencia de rótulos y numeración, bloques de realidad impenetrable y compacta. Alternancia de áreas privadas y públicas, ambigüedad de sus fronteras, percepción diferente de lo secreto. Ningún escondrijo mejor para la intimidad que la confusión y apretujamiento de la muchedumbre.” 1
En contra de lo que generalmente se cree, la ciudad musulmana ejemplo de Fez, fue en sus orígenes producto de una organización racional y programada:
“La topografía y estructura de Kufa,1 la primera metrópoli erigida fuera de Arabia, cuyo modelo seguirán las restantes villas islámicas, divide el espacio urbano en zonas claramente delimitadas. Un vasto espacio central trazado y circunscrito como un ámbito sagrado, en el que se halla el núcleo del poder religioso y político: palacio y mezquita; dicho espacio o “rahba”, inocupado y vacío, rodea estos últimos y los mantiene a distancia del zoco y las habitaciones reservadas a comerciantes, artesanos y miembros de las tribus: es el lugar de las congregaciones religiosas y ceremonias militares que manifiestan la fuerza aglutinadora de aquellos dos símbolos. Dicha concepción de un urbanismo específicamente musulmán se acompañó enseguida de la creación de monumentos y mezquitas cuya belleza, perfección y armonía nos conmueven al cabo de los siglos: la grandeza de la arquitectura islámica – bosques de columnas de las mezquitas de cúpulas doradas de Isfahán, esbelta silueta de la kutubia, soberbia adustez de Ibn Tulun, espigados alminares otomanos alzados como candelabros- es un reflejo de su abstracta piedad religiosa e ingravidez metafísica. Los admiradores de la levedad espiritual y sutil poesía de los sufíes hallamos en ella los mismos elementos de rigor, desnudez, elevación y pureza que en las páginas visionarias de el sufí Mohyidin Ibn el Arabi2 Al Mursi “El Murciano” en su poema u oda “Mi religión es el amor”3:
“Hubo un tiempo,
en el que rechazaba a mi prójimo
si su fe no era la mía.
Ahora mi corazón es capaz
de adoptar todas las formas:
es un prado para las gacelas
y un claustro para los monjes cristianos,
templo para los ídolos
y la Kaaba para los peregrinos,
es recipiente para las tablas de la Torá
y los versos del Corán.
Porque mi religión es el amor.
Da igual,
a dónde vaya la caravana del amor,
su camino es la senda de mi fe.”
Como ha observado Titus Burckhardt, las viviendas se apiñan en grupos compactos, encabalgadas e imbricadas unas en otras, por otro, el islam afirma la naturaleza autónoma de cada creyente y su derecho a un ámbito familiar inviolable y sagrado. Contrastado con el ajetreo y bullicio de las arterias comerciales, vueltas hacia sí mismas, centradas en torno a un patio en el que la vista de unas babuchas femeninas desconocidas a la puerta de los aposentos reservados a las mujeres detiene a visitantes y familiares. Esta intimidad, preciosamente preservada, es la compensación individual del creyente frente a los abusos e injusticias de la vida diaria, el ozono que le permite respirar y vivir.
La antigua ciudad de Fez, de visita obligada para todos los que viajan a Marruecos, es la capital espiritual del Magreb, ciudad única que ha conservado en las callejuelas de su antigua Medina el espíritu de una civilización integral en la que espiritualidad, ciencia, arte y urbanismo forman un todo armonioso y adaptado a las necesidades más reales del ser humano. 1
1 Juan Goytisolo: De la ceca a la meca, aproximaciones al mundo islámico. Alfaguara 1997, p.29.
2 Hichem Djait : Al – Kufa, naissance de la ville islamique. Maisonneuve et Larose Paris 1986.
3 Ben Arabi, fue un místico sufí, filósofo, poeta, viajero y sabio musulmán andalusí. Sus importantes aportaciones en muchos de los campos de las diferentes ciencias religiosas islámicas le han valido el sobrenombre de Vivificador de la religión (en árabe Muhyi al-Din) y El más grande de los maestros (en árabe al-Sheij al-Akbar).
4 Juan Goytisolo.Op. Cit, p.27.
5 Titus Burckhardt: Fez, ciudad del islam, Terra incógnita, 2010.