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BOUBEKRI MOHAMMED YASSER
Aquella noche fría, el sonido de la lluvia no era una melodía pasajera sobre techos de lona, sino un nuevo desastre que caía sobre las cabezas de los desplazados.
Las madres intentaban cubrir a sus hijos con manos temblorosas, mientras los hombres removían el barro buscando desesperadamente algo que pudiera servir como refugio.
No había luz.
No había paredes.
No había una puerta que pudiera cerrarse para proteger a nadie.
La lluvia fue más fuerte que las tiendas, y el frío más duro que la resistencia humana.
Y al amanecer, cuando el cielo por fin dejó de llorar, Gaza entera había quedado anegada.
Y con ella, se hundieron los últimos restos de seguridad que la gente aún conservaba.
La Franja de Gaza vive hoy un nuevo capítulo de su interminable tragedia humanitaria. Las lluvias torrenciales destruyeron miles de tiendas que albergaban a cientos de miles de desplazados, provocando otra ola de movimientos masivos dentro de un territorio exhausto por la guerra y el bloqueo.
Según datos de la Defensa Civil de Gaza, 1,5 millones de palestinos se han visto obligados a desplazarse nuevamente, después de que sus campamentos quedaran convertidos en charcos de agua y barro. Familias enteras han tenido que abandonar lo poco que pudieron rescatar, dirigiéndose a zonas superpobladas y carentes de mínimas condiciones de vida.
Las cifras tras la tormenta revelan la magnitud del desastre:
• El 93% de las tiendas sufrió daños totales o parciales.
• 125.000 tiendas ya no son aptas para vivir, de un total de 135.000 instaladas.
Esto significa que miles de familias se han quedado sin techo que las proteja del viento y del frío. Niños durmiendo sobre suelos húmedos, ancianos y enfermos expuestos a un clima que amenaza su vida.
Ante el colapso masivo de las tiendas, el territorio necesita con urgencia 450.000 tiendas nuevas para evitar que la tragedia se profundice. Pero la entrada de ayuda humanitaria sigue siendo limitada, con camiones retenidos durante horas o incluso días en los accesos, mientras la población lucha por salvar lo poco que tiene.
Organizaciones humanitarias advierten de un grave riesgo sanitario en los campamentos, ante la posible propagación de enfermedades asociadas a la humedad, el frío y el agua contaminada, en un sistema de salud prácticamente paralizado.
Los campamentos levantados apresuradamente no estaban preparados para lluvias intensas. Sin suelos adecuados ni sistemas de drenaje, muchos se convirtieron en auténticos lodazales. Y sin alternativas reales, la población queda atrapada entre el barro, el frío y el miedo, viviendo día a día, desplazándose una y otra vez.
Mientras la comunidad internacional guarda silencio, la escena humanitaria en Gaza habla por sí sola. Hombres, mujeres y niños avanzan entre el barro con bolsas que contienen lo único que han podido salvar, buscando un lugar seco, una manta, un colchón… algo que pueda parecerse a una vida digna.
Lo que ocurre hoy no es simplemente el colapso de unas tiendas; es el derrumbe final de la seguridad mínima de cientos de miles de familias.
Una catástrofe humana silenciosa, donde la voz de Gaza es más fuerte que la lluvia… pero sigue sin encontrar quién la escuche.
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