BOUBEKRI MOHAMMED YASSER
Mientras algunas voces en España, como la de Vox, piden cancelar el acuerdo con Marruecos que permite enseñar árabe y cultura marroquí a niños de origen marroquí, surge una pregunta incómoda: ¿es coherente eliminar un programa cultural modesto mientras España mantiene una red masiva de institutos Cervantes en Marruecos? Este debate, envenenado por prejuicios, esconde un riesgo mayor: la reciprocidad. Si España da marcha atrás, Marruecos podría cuestionar la presencia de los Cervantes en su territorio, símbolos históricos de cooperación bilateral.
Los institutos Cervantes, creados en 1991, son la joya de la diplomacia cultural española. En Marruecos, su presencia es estratégica: seis centros (Casablanca, Rabat, Tánger, Tetuán, Fez y Marrakech) enseñan español a 15.000 estudiantes anuales, organizan festivales, conferencias sobre la historia y la cultura española y firman alianzas con universidades locales. Estos espacios no solo forman a futuros profesionales bilingües, sino que proyectan una imagen de España moderna y diversa.
En 2022, el 85% de los estudiantes marroquíes aprobaron los exámenes DELE.
Frente a esto, el programa de árabe en España parece casi discreto. Desde 2019, niños marroquíes reciben dos horas semanales de clases optativas, impartidas por docentes marroquíes y sin coste para las autonomías.
El objetivo no es imponer una identidad, sino combatir la marginación: reforzar la autoestima de los menores mediante sus raíces y fomentar el diálogo intercultural. Así lo avalan las 50 escuelas que ya enseñan árabe cultura y historia marroquí.
Sin embargo, los racistas lo ven como una “amenaza”, ignorando que Marruecos nunca ha percibido los Cervantes como un riesgo. Al contrario: el país magrebí valora el multilingüismo (árabe, inglés, francés, español) como ventaja geopolítica. Esta asimetría revela un doble estándar. Mientras España exporta su cultura sin reparos, sectores políticos estigmatizan el árabe, reduciéndolo a un símbolo religioso y olvidando su legado científico, filosófico o su rol en la convivencia histórica entre musulmanes, judíos y cristianos en Marruecos.
La hipocresía tiene consecuencias. Si España cancela el acuerdo, Marruecos podría responder cerrando los Cervantes, restringiendo intercambios educativos. Sería un golpe al *soft power* español: en 2023, solo el Cervantes de Casablanca organizó 70 eventos culturales y formó a 5.000 estudiantes, muchos de ellos futuros embajadores informales de España.
Pero más allá de la diplomacia, hay algo más profundo en juego. Romper este equilibrio no solo dañaría intereses prácticos, sino que enviaría un mensaje peligroso: que la cultura es un arma en lugar de un puente.
Cancelar un programa cultural por miedo al “otro” no solo es miope: es un error histórico. En un mundo fracturado, proyectos que entrelazan lenguas y memorias son antídotos contra el extremismo. La pregunta no es si el árabe “invade” España o el español “domina” Marruecos, sino cómo ambas orillas pueden seguir tejiendo, desde la diversidad, un Mediterráneo compartido. La respuesta está en mantener abiertos los libros, las aulas y, sobre todo, la voluntad de escuchar.
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